Tenshi no Yume

Nunca me había parado a pensar lo que pasaba cuando moríamos, ¿tú te lo has planteado? Realmente los humanos no nos vamos haciendo estas preguntas, el momento llega y punto. Yo principalmente pensaba que ni Dios ni nada de esto existía, en fin, que equivocada estaba. Pero empecemos por el principio, ¿no?
Todo comenzó un día, yo iba a la escuela como usualmente hacía día tras día y, en aquel momento me despisté. Cruzaba la carretera feliz, era el último día del curso, así que pronto comenzarían las vacaciones de verano. Bueno, para mí en verdad no comenzaron nunca. Un coche me atropelló, sí, eso pasa por ser un despiste y no hacer caso a los padres.
A partir de ahí, fue todo demasiado extraño. Vi una luz (si, la luz existe sino ya lo veréis dentro de un tiempo), todo brillaba con una gran intensidad y me empezaron a escocer los ojos. Poco a poco empecé a distinguir figuras, colores y pude verme en una gran sala blanca. Todo era monótonamente blanco, tan puro e iluminado, que hasta me entraron pequeños escalofríos. De golpe un fuerte dolor comenzó a cruzarme la espalda, me retorcí de dolor durante unos segundos que se me hicieron interminables, eternos y, entonces, las vi. Un par de alas negras me habían salido en la espalda ¿Cómo? Bueno, eso tampoco pude pensarlo demasiado cuando, de la nada, apareció un pequeño huevo azul que me cayó en las manos. Dicho huevo se me introdujo en el cuerpo, dándome una extraña sensación de escozor.
Millones de imágenes se me vinieron a la mente, ¿la explicación más sencilla que pude sacar de todo? Era un ángel. Mis alas negras representaban mis habilidades básicas y, aquel huevo, me había dado nuevos poderes que jamás un humano podría imaginarse. Pero aquello no podía ser real. Mi mente se encerró en que todo debía de ser un sueño y, fue entonces, cuando me desperté, en medio de la carretera y vi un corrillo de gente mirándome… Espera… ¿Mirándome? No, rectifico. Miraban mi cuerpo frio sobre el asfalto. Había muerto y, sí, todo aquello de las alas no había sido ningún sueño, seguían allí. Todo había sido real y en mi mente solo resonaba una cosa “ves a buscar a tu protegida”.
Eso mismo hice, los ángeles como yo, tenemos un humano al que proteger y guiar, “el protegido”. Pues ese es nuestro trabajo, vivimos o, bueno, más bien morimos para ayudar a un humano perdido o en apuros, para guiarle e intentar que haga su vida lo mejor que sea capaz.